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FUMIGACIONES

Las fumigaciones constituyen una de las modalidades más antiguas y sutiles del arte mágico. A través de los vapores y aromas desprendidos por hierbas, resinas, maderas o sustancias animales, el mago busca modificar el aire circundante y, con ello, predisponer el espíritu humano y atraer influencias invisibles. Estos vapores son semejantes al alma misma: penetran por el aliento hasta el corazón y comunican cualidades celestes o inferiores según su naturaleza.
Así, bajo la luz de las estrellas, ciertas fumigaciones preparan al hombre para la adivinación, afinan la imaginación y lo disponen a recibir inspiraciones divinas. Se dice que la semilla de lino, la pulicaria, las raíces de violeta o perejil excitan la visión profética, mientras que otras mezclas más oscuras —como el beleño o la cicuta— atraen demonios del aire, capaces de mostrarse en formas insólitas o causar perturbaciones. También se emplean perfumes opuestos, destinados a repelerlos: poleo silvestre, peonía, menta o palma-christi son reputados por cazar espíritus maléficos y fantasmas.
Las fumigaciones no sólo influyen sobre lo invisible, sino también sobre lo natural. Plinio refiere que ciertos humos congregan animales —como el cuello de ciervo que atrae serpientes—, mientras otros los dispersan —el casco del caballo, por ejemplo, aleja ratas y moscas. Del mismo modo, se cuenta que el humo de ciertas composiciones puede provocar lluvias, rayos o temblores, actuando como imitación terrestre de los poderes celestes.
Este poder no se limita al instante: como un contagio invisible, los vapores pueden impregnar lugares y objetos por largo tiempo, cargándolos de virtudes ocultas. Por ello se purifican anillos, instrumentos mágicos o tesoros con fumigaciones específicas, asegurando su protección frente a ladrones y espíritus adversos. De igual modo, Hermes y Porfirio relatan que ciertas composiciones, como las preparadas con esperma de marsopa y maderas olorosas, atraen a los espíritus del aire o congregan las sombras de los difuntos en torno a las tumbas.
Toda fumigación obedece a un orden de correspondencias. Lo solar se convoca con sustancias solares; lo lunar, con perfumes lunares; lo marcial, con hierbas y resinas afines a Marte, y así sucesivamente. Pero también existen oposiciones: el áloe y el azufre, el incienso y el mercurio, actúan como contrarios, disolviendo lo que el otro convoca. De allí que el arte de la fumigación no sea un simple juego de aromas, sino una ciencia de afinidades y repulsiones, un lenguaje invisible que comunica al mago con los astros, los espíritus y la trama secreta de la naturaleza.