TRANSMUTACIÓN DEL ALMA Y LA MENTE
La verdadera libertad interior requiere que el individuo comprenda que su «Yo» central es distinto de las impulsiones, emociones y tendencias que lo atraviesan. Mientras se confunda con ellas, queda subordinado al determinismo de su temperamento y del condicionamiento cerebral, obedeciendo pasivamente a deseos que no siempre le pertenecen. La conciencia del propio «Yo» permite disociar estas fuerzas y ejercer control sobre ellas, logrando armonía y bienestar duradero.
El dominio de sí mismo implica la capacidad de decidir racionalmente sobre los impulsos y necesidades del cuerpo, las emociones y el intelecto. Cada acto voluntario, cada iniciativa inspirada por la razón fortalece el «Yo», evitando que las pasiones, distracciones y percepciones sensoriales desvíen la energía vital y provoquen gasto inútil de fuerza nerviosa. El autocontrol se aplica tanto a los sentidos como a las emociones y pensamientos, estableciendo equilibrio entre cuerpo, astral y mente.
El «Yo» consciente actúa como un cochero que dirige la fuerza impulsiva de la vida, representada por los deseos y tendencias naturales. Quien aprende a ejercer este control racional sobre sí mismo, meditando y reflexionando sobre las causas y consecuencias de sus actos, desarrolla autodominio, equidad e imparcialidad, al tiempo que potencia la armonía interior y la eficacia personal. Esta disciplina permite que el pensamiento individual y el bien colectivo converjan, asegurando un crecimiento integral del carácter, la conciencia y la voluntad.
Finalmente, la práctica constante de la disociación del «Yo» y del dominio de los impulsos fortalece el psiquismo humano, considerado como una entidad distinta de la materia física. La claridad de la conciencia y la capacidad de actuar deliberadamente permiten al individuo alcanzar una vida equilibrada, libre de servidumbre emocional o intelectual, y consolidar el poder de su «Yo» central en todos los planos de la existencia.